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Cuando el principio manda


El albor de un relato da la orden y aquella mañana, la tercera de nuestro encuentro literario, veníamos del recital poético más extravagante. Protegidos de la quema de los libros habíamos retenido parte de la literatura en la memoria y ahora, nos contaba Federico que el principio de un cuento es el que manda.

Para comprender la estructura de la narración: planteamiento, nudo y desenlace hay que establecer un símil, una semejanza con el cuerpo del niño el cual crece a través de cánticos, de prosodias, pues todo el espacio que va a habitar está formado por arquitecturas sonoras. Después el niño crece y su madre le cura (le canta canciones con su propio cuerpo, hace al niño consciente de su forma), le conjura. La madre le toca la morfología.

Federico nos canta, como le cantaría a un hijo y después de hacernos conscientes de la importancia del cuento, del canto, de la fábula en la vida del niño, nos habla de Vladimir Propp. Propp afirma que todos los cuentos maravillosos tienen una misma estructura cuyos componentes fundamentales, las funciones, se repiten a lo largo de toda la tradición. En cada cuento siempre están visibles 31 funciones y siete actantes. La estructura será invariable: en un lugar donde reina la felicidad surge una desgracia o carencia, pues la felicidad no dura eternamente. El más pequeño tendrá que irse por el mundo a buscar lo perdido (como Pulgarcito o Hansel y Gretel) o será obligado a ello. Así, descubrirá el mundo de manera autónoma, primero nombrándolo (a través del sustantivo) y luego situándolo (adverbios de lugar). Pasará a preguntarse qué hacer con las cosas (verbos). El hilván de la historia serán las locuciones, generalmente temporales. Si el personaje se pierde aparecerá un mago, hada o animal benéfico que lo ayudará sólo en caso de necesidad.

Inmediatamente después se le plantearán tres pruebas, tres intentos de encontrar lo buscado. Será la manera de presentar a los antagonistas. A la tercera va la vencida y el personaje logra cuanto buscaba, así, regresa a casa y repone la propiedad perdida.


Tras presentarnos brevemente la teoría de Vladimir Propp entramos a conocer la teoría de Greimas que considera que el lector, el oidor es el verdadero constructor del relato en quien se apoya el contador, el narrador. En el escritor debe haber una parte intuitiva que debe acompañarse, posteriormente, de la reflexión.


Es el momento de intuir, de plantearnos la creación. Federico nos hace tres planteamientos creativos aquella mañana en la que el principio manda y nos ofrece tres posibilidades, tres, tres eran tres:
  1. Un principio para pequeños, hasta 7 años:
Hace muchos, muchos años vivía en un castillo un conde que se llamaba Arnulfo que era más malo que un cuervo. De niño…

Hace muchos años vivía en  un castillo un conde que se llamaba Arnulfo, que era más malo que un cuervo.
Todos los días, al despertarse, llamaba a gritos a su criado para que le asease, vistiese y sirviera el desayuno. El criado, nada más oírle, corría despavorido hacia los aposentos  de su señor. Pero, por más prisa que se daba, siempre llegaba tarde y recibía diez latigazos con una sierpe de olivo que, a veces, le hacía desfallecer.
Una mañana, nada más oír el primer grito de Arnulfo, el criado se encontraba al pie de la cama, con lo que el conde no pudo descargar su cólera. Le aseó, le vistió y le sirvió un suculento desayuno con una infusión que le había preparado con la sierpe de olivo. Nada más mojarse los labios, el conde quedó tendido en su lecho para siempre.
El criado abandonó el castillo y emprendió su camino en busca de un lugar en el que envejeció plácidamente.
(Paulino Conejero)

“Hace muchos, muchos años, vivía en un castillo un conde que se llamaba Arnulfo, que era más malo que un cuervo…”
“Tenía una hija llamada Arnulfa que, extrañamente, era tan buena y bella como un cisne.
Al cumplir los 17 años, Arnulfo la encerró en una torre a la que sólo podía entrar él. Y su hija lloraba amargamente cada tarde al caer el sol porque recordaba su infancia cuando aún vivía su madre y nadaban en el lago, resbalando sobre el agua y haciendo piruetas y volteretas cual patinadoras sobre hielo.
Pero su madre desapareció un mal día y, desde entonces, Arnulfo se volvió malo y déspota con su hija y con sus siervos. Los cisnes del lago se fueron a otras tierras donde hubiera más amor que les proporcionara más calor (quizá se fueron con su madre) y, en su lugar, aparecieron cuervos, frío y dolor.”
(Juanma García Bezón)

Hace muchos, muchos años vivía en un castillo un conde que se llamaba Arnulfo, que era más malo que un cuervo…  tenía muy mala sombra y por su cabeza sólo pasaban malas ideas.
A las criadas las encerraba en las habitaciones para que no les diera el sol y el aire. Y a la llamada de la Señora no pudieran acudir, y así ser azotadas. A los caballos les quitaba las herraduras para que sus pezuñas sangraran. Y a los jardineros les quitaba sus herramientas para enloquecerlos en la búsqueda.
Su padre el Rey desesperado lo mandó con el sabio Aprendemás con la esperanza de que este pudiera transformarlo.
Pero Aprendemás vio como su biblioteca era quemada, su casa destrozada y su familia desesperada pidió al Rey y al sabio que les alejara a ese muchacho de allí.
El Rey mandó a Arnulfo a las cruzadas.
(Llanos García Ramírez)

“Hace muchos, muchos años vivía en un castillo un conde que se llamaba Arnulfo que era más malo que un cuervo.
De niño…” Su madre le daba leche de almendras y su abuela vinagre de manzana, pero el vinagre tenía más fuerza que la leche, por eso en Arnulfo primaban siempre las extrañas, extrañísimas conductas.
A Arnulfo le gustaba astillar palos y pinchar a los gatos hacia las siete de la tarde, también era de su agrado lamer el azúcar de las rosquillas de la panadería de la esquina de la calle Mediodía, la más distinguida de toda la comarca y dejarlas después de nuevo en la bandeja; eso solía hacerlo cerca de las ocho y media, pero lo más atroz que hacía Arnulfo sucedía de diez y media a once de la noche, a esa hora leía la prensa y cambiaba todos los titulares.
Esta actividad, la de falsificar los títulos de los periódicos, le llevó por motivos del azar a vivir en un castillo negro, negro como la cara de un grillo.
En el negro castillo había tres habitaciones, en una de ellas guardaba montañas y montañas de palos astillados, motivo por el cual en la comarca habitada por el conde Arnulfo no había gatos. En otra, escondía montañas y montañas de azúcar, por eso, en toda la comarca del conde Arnulfo no podían cocinarse rosquillas. en la tercera, guardaba montañas y montañas de titulares sobre economía, política, cultura, deportes… por eso, en la comarca del conde Arnulfo no había noticias. Y la gente vivía en aquella comarca verdaderamente desinformada…
¡Qué malo era el conde Arnulfo, más malo que un cuervo blanco!
(Raquel Ramírez de Arellano)
    
El abedul
Hace muchos, muchos años vivía en un castillo un conde que se llamaba Arnulfo y era más malo que un cuervo. Su pasatiempo favorito era poner en práctica las maldades que maquinaba durante las largas noches en vela; así que tras enfundarse su traje favorito –negro con 32 botones-, y los botines con la punta más afilada de cuantos almacenaba en su vestidor, el malvado Arnulfo salió una mañana de su castillo solo, como siempre.
Pero andando, andando ese día se adentró en el bosque, hasta un claro en el que crecía un abedul tan alto que parecía tocar las nubes con sus ramas. Era otoño, y las hojas estaban preparándose para cambiar de residencia y una de ellas osó posarse en mitad de su calva.
¡Maldito seas, árbol estúpido! - dijo el conde enfurecido- .De aquí a tres días mandaré que te corten. La voz estentórea de Arnulfo resonó en el bosque haciendo que todas las criaturas que lo habitaban se estremecieran. Y el eco llegó también hasta la cabaña del leñador. Era éste un buen hombre que vivía solo con sus tres hijas desde que murió su mujer poco después de que sus pequeños gemelos desapareciesen sin dejar rastro.
Al oír tan terribles palabras se sintió muy apenado ya que sabía que, siendo él el único leñador de la aldea, Arnulfo le mandaría ejecutar tan nefasto deseo. Y cómo iba a ser capaz de talar el único abedul del bosque, ese que había plantado su padre el mismo día en que él vino al mundo, el que había escogido para hacer a su hija el columpio en el que se pasaba horas y horas. Él no podía hacer eso, pero desobedecer al conde…
Tan triste estaba que durante la cena no probó bocado.
Blancaluz , que así se llamaba la más pequeña de sus hijas lo advirtió y le preguntó:
Padre, ¿por qué estás tan triste?
Y el leñador, que no sabía mentir, le contó lo sucedido.
Blancaluz intentó tranquilizarlo diciéndole que ella iría al castillo y lograría convencer al malvado Arnulfo de que respetase la vida del árbol. El leñador sonrió, le dio un beso de buenas noches y todos se fueron a dormir.
En cuanto el lucero de la mañana apareció en el cielo, Blancaluz salió de la casa en dirección al castillo. Para llegar hasta allí decidió ir por el camino que atravesaba el bosque y así, mientras caminaba pensaría cómo convencer al conde. Ella, sólo lo había visto una vez, y el recuerdo le helaba la sangre, ¡se contaban tantas cosas en la aldea, todas tan terribles!...Pero cuanto más se internaba en el bosque, más acongojada se sentía, se le secaba la boca, un nudo le atenazaba la garganta, le faltaba la respiración. Justo entonces pasó junto a la Fuente de los Tres Chorros. Se detuvo, bebió un poco y desmoronada, se echó a llorar. Y tanto lloró que se quedó profundamente dormida.
Se apareció entonces una anciana vestida de negro que la miraba fijamente y le decía: “esta noche, cuando haya salido la luna, busca salvia, tomillo en flor y mirto. Después, regresa y bebe agua del primer chorro”. Cuando la niña despertó el sol se estaba poniendo y, aunque estaba un poco confusa, decidió buscar lo que la anciana le había mandado. No le fue difícil la tarea a pesar de que tuvo que andar durante bastante rato. Una vez encontró las plantas, regresó a la fuente, bebió del primer chorro y, como estaba tan cansada, se quedó dormida.
Poco después volvió a aparecer la anciana de la primera noche y de nuevo le habló: ”en esta ocasión has de traer caléndula, amapola y flor de saúco. Después, regresa y bebe agua del segundo chorro”. Blancaluz despertó y decidió obedecer a la anciana, pues aún le quedaba otro día para que el malvado conde cumpliese su amenaza.

A pesar de que eran flores difíciles de encontrar en esa época del año, Blancaluz sabía que había un lugar en el bosque, bien resguardado, en el que las plantas florecían a destiempo; ¡cuántas veces había acompañado a su madre a buscar las flores que no crecían en ningún otro sitio! Se dirigió, pues, hacia allí y por suerte, encontró lo que se le había pedido. Regresó a la fuente, bebió del segundo chorro y, terriblemente agotada, se quedó dormida.
De nuevo apareció la anciana, esta vez sonriente y sosteniendo en sus manos las plantas que Blancaluz había recolectado y le habló así: “si de verdad quieres salvar el árbol, habrás de traer leche de hoja de higuera, savia de roble y jugo de espino albar. Sólo entonces beberás del tercer chorro”. La niña, al igual que en las noches anteriores, obedeció, y a su regreso, bebió agua del tercer chorro y volvió a sumirse en el sueño. Esta vez, la anciana la llamaba por su nombre: “Blancaluz, niña, despierta, porque Arnulfo se dispone a buscar a tu padre para mandarle talar el abedul .Odia al árbol porque le recuerda la más atroz de sus fechorías, el secreto que más celosamente guarda: su origen; pues has de saber que Arnulfo no es humano aunque lo parezca. ¿Te has fijado alguna vez en la verruga que tiene? Pues no es sino la cicatriz que le quedó cuando un antiguo hechicero le trepanó la cabeza con un alfiler de madera de abedul para darle el aspecto que ahora tiene. Si consigues hacer lo mismo que el hechicero, volverá a su primitiva forma, de la que nunca debió salir. No puedo decirte más. Adiós y que tengas suerte”.
Con los primeros rayos de sol, Blancaluz despertó sobresaltada y vio junto a ella una cesta con frasquitos de ungüento. Pensó en la anciana de su sueño, le dio las gracias en silencio y se dirigió a todo correr hacia el castillo del conde Arnulfo.
- ¡ Tan, tan ,tan!
- ¿Quién osa perturbar mi sueño? vociferó Arnulfo asomándose al ventanuco de la puerta.
- Soy una pobre niña que vende ungüentos
- ¿ Y qué clase de ungüentos son esos?
- Pues…remedios para las picaduras de araña, para las mordeduras de culebra, para las verrugas…
- ¿Verrugas dices…?preguntó Arnulfo abriendo mucho los ojos - Pasa, pasa, que la mañana está algo fresca. Precisamente acabo de verme la picadura de una maldita araña, a la que, por supuesto, he matado. A ver si me calmas el picor.
Blancaluz sacó de la cesta un bálsamo, se lo aplicó, y acto seguido el picor desapareció.
- Bien, bien –prosiguió Arnulfo- ¿Tienes algo para borrar esta peca que tengo en la punta de la nariz?
La niña le aplicó un mejunje y la mancha se aclaró.
Entonces Arnulfo, sonriendo como nunca, dijo:
- ¿Y para las verrugas? ¿Tienes algo para las verrugas?
- Y ¿dónde está su verruga, señor? .dijo Blancaluz con el corazón palpitante.
- Aquí, en la parte superior de mi cabeza.
- Es que, señor, como soy bajita…
- Vale, vale, me sentaré en mi sillón de terciopelo rojo.
- Es que… sigo sin divisaros bien y… es muy importante que aplique el emplasto sólo en el sitio preciso, si no os podría quemar la piel.
-¡Qué dices! Bueno, bueno, me sentaré en el escabel donde suelo reposar mis pies, a ver si así…pero ten cuidado, ¿eh?

Cuando Blancaluz vio la espantosa verruga casi da un grito, mas logró dominarse. Metió la mano en el bolsillo de su vestido, sacó el alfiler para el pelo que su padre talló en madera de abedul a su madre como regalo de bodas y que, tras el fallecimiento de ésta siempre llevaba consigo, y, con todas sus fuerzas, se lo clavó en el centro de la calva.
El grito de Arnulfo se oyó incluso en las aldeas vecinas -algunos pensaron que fue un temblor de tierra- Acto seguido, de los afilados botines crecieron unas espantosas garras afiladas, de cada uno de los 32 botones que cerraban su traje apuntaron unas negrísimas plumas que comenzaron a agitarse y un enorme cuervo salió entonces revoloteando como enloquecido desde la torre más alta del castillo en dirección al bosque… Las paredes temblaron y en el sótano se empezaron a oír voces como de niño.
El leñador, que había acudido al castillo preocupado por su hija, no sólo se encontró con ella sana y salva sino que pudo reconocer entre los niños que salieron del sótano a sus hijos gemelos desaparecidos tiempo atrás. Todos se abrazaron llorando de felicidad y regresaron a su casa en el bosque donde vivieron felices el resto de sus vidas.
Dicen que desde ese día las ramas del abedul tienen unos granitos que se parecen a la verruga de Arnulfo y que cada otoño un cuervo enorme se posa en la rama más alta y grazna lastimosamente.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
(Modesta Moreno)

  1. De 8, 9 y 10 años:
Ayer por la tarde al salir de la escuela a mi amigo Raúl y a mí…

Ayer por la tarde al salir de la escuela a mi amigo Raúl y a mí, nos sucedió un hecho muy extraño…planeó sobre nuestras cabezas una urraca, y nos arrojó una piedra preciosa (yo creo que es un aguamarina, pero mi amigo Raúl dice que es una amatista).  Esta piedra nos traerá suerte, y yo creo que cuando nos vuelva a preguntar la Sta Teresa la tabla de multiplicar del 7 nos va a salir de corrido y no nos vamos a atrancar en el 7, ni en el 8, ni en el 9.
Aunque mi amigo Raúl dice que es mejor que la vendamos y nos podríamos comprar un montón de cromos del Real Madrid y del Atleti. Pero creo que una piedra tan magnífica y extraordinaria, ha de ser conservada para que nos de fortuna con la Sta. Teresa que todos los días nos pregunta la lección y yo ya llevo una ristra de ceros larguíiiiisima.
Además estoy segura que esta piedra tan extraña si la frotas tiene que lucir y sería magnífico que por la noche la lleváramos encendida y poder buscar pistas y secretos.
A mí me interesan mucho los secretos, porque todo a nuestro alrededor está lleno.
(Llanos García Ramírez)

“Ayer por la tarde, al salir de la escuela, a mi amigo Raúl y a mí…” nos sorprendió la noche jugando en el descampado. En el descampado de detrás de la escuela hay un autobús abandonado. Cuando llega la tarde, Raúl y yo nos reunimos allí. Hemos creado una banda, la banda MORSA. Esta banda tiene como finalidad primera la disecación de insectos del descampado. Debajo de cada asiento del autobús, en botes de cristal, guardamos uno de cada especie. Los botes los recojo de la basura cuando los tira mamá al acabarse la miel o la mermelada.
En un letrero de papel escribimos el nombre de cada insecto. Alguno no sabemos cómo se llama, pero nos lo inventamos por eso tenemos: el RETROPITUS, se trata de un pequeño cuerpo negro y alargado lleno de estrías, en la cabeza tiene unas largas antenas que suponemos le sirven para espiar a los demás bichos y esconder en ellas sus secretos. La CARATRINA hace un extraño ruido cuando se queda quieta bajo las hierbas largas, es parecido a un grillo pero de color más azulado. El pequeño BICHO SETA tiene la cabeza semejante a la forma de una pequeña campana, como la que tenía en el mostrador el recepcionista del hotel de Benidorm al que fuimos de vacaciones. No tiene antenas pero sí los ojos saltones y no hace ruido.
¿Qué para qué usamos los insectos? pues… ¡para asustar a las chicas!
Y ayer por la tarde, Raúl y yo andábamos elaborando un plan de “sustos terribles”. Queríamos ver a Amanda con las trenzas deshechas del susto y a Teresa gritando como una gusarapo…
Por eso, tenía que ser un plan muy bien elaborado y se nos fue el santo al cielo, es decir, que nos sorprendió la noche y mi mamá y la mamá de Raúl tuvieron que bajar a buscarnos al descampado, justo cuando íbamos a atrapar un TRUPILAMIS y nos subieron a casa. A mí de la oreja izquierda y a Raúl de la derecha.
(Raquel Ramírez de Arellano)

“Ayer por la tarde, al salir de la escuela, a mi amigo Raúl y a mí…”
“… nos entraron ganas de ir al parque. Allí, en un banco, estaría el Rober con todos los colegas.
Por el camino, pararíamos en la tienda de los chinos para comprar unas Coca-Colas y pasar la tarde.
Al doblar la esquina de la Avenida Principal, observamos que habían puesto una tienda nueva de cómics. Nos entró la curiosidad y, como teníamos tiempo de sobra, entramos. Era una tienda pequeña, con muchas estanterías repletas de libros, álbumes, fotografías, muñecos, … y, al fondo de la tienducha, un anciano encorvado escribía con una pluma sentado en un pupitre. A Raúl y a mí nos entró un poco de repelús. Aquello no nos gustaba, así que, decidimos pirarnos.”
(Juanma García Bezón)

Ayer a mediodía, al salir de la escuela, a mi amigo Raúl y a mí nos entró un hambre atroz. Decidimos ir a la tienda de chuches de la esquina de la plaza, pero estaba cerrada. Fuimos al marcado de frutas del final de la calle, al supermercado nuevo de la avenida y a los puestos ambulantes de la plazoleta de las palmeras, pero todos estaban cerrados.
Cansados y con las tripas rugiendo nos sentamos en uno de los bancos del parque. Pasó por allí Abdel. Abdel es el chico nuevo de clase. No habla bien español. Es moreno y delgado y se le dan bien los deportes. Aún no tiene amigos en el colegio. Llevaba algo entre las manos. Parecía un pastel o una empanada. Tenía una pinta deliciosa. A mi amigo Raúl y a mí se nos iluminó la cara y Abdel comenzó a reírse al ver cómo se nos caía la baba al ver su comida. Partió en tres la empanada y nos ofreció un trozo. Nunca habíamos comido algo así y no estábamos seguros de qué llevaba dentro, pero no lo dudamos y  lo engullimos en tres bocados. Abdel reía. Con su limitado castellano nos preguntó si queríamos más. Le seguimos hasta el final de la calle y después a través del callejón y de las calles estrechas de la parte vieja del barrio. Nunca solíamos pasar por esa zona. Al torcer la esquina se encontraba la pequeña mezquita y el mercadillo junto al parque. Gritamos de alegría al ver que los puestos sí que estaban abiertos. ¡Qué cosas más raras vendían! Pero… ¡qué bien olían! Probamos dulces de todos los tipos y colores. Abdel no paraba de reír cuando intentábamos pronunciar los nombres de todas esas comidas.
El tiempo pasó volando y llegó la hora de volver a clase. Miramos el reloj y salimos corriendo. Si no nos dábamos prisa llegaríamos tarde y teníamos Matemáticas con Antón. Por primera vez, Abdul no recorrió solo el camino al colegio ni se sentó solo en la última fila de la clase.
(Pilar Saiz Peña)

3. De 11 a 103 años:
Julia estaba frente al espejo de su alcoba cuando…

“Julia estaba sentada frente al espejo de su alcoba cuando…” vio la cuchilla en el suelo cerca de la blanca alfombra de IKEA que adornaba en el suelo a uno de los lados de la cama en la coqueta habitación. Con mucho cuidado la recogió, con mucho cuidado de no hacerse daño.
Se asomó con el  objeto entre el índice y el pulgar y abriendo delicadamente la ventana, con un movimiento sencillo y rápido cortó de un tajo el transparente hilo del tiempo. Cerró los ojos. Julia se ausentó del mundo tres segundos y cuando volvió a abrirlos comprobó que el cielo, en dos mitades, mostraba su pasado y su futuro.
En su pasada había una imagen otoñal. Un bosque. Una niña con coletas y falda de tablas corría arrastrando montones de hojas marrones con sus pies. Olía a jaras. La niña reía a veces se agachaba para recoger un pequeño puñado que inmediatamente se lanzaba sobre sí misma.
En el lado opuesto del cielo se cernía el futuro de Julia. Una pequeña barca, como la de los puertos de la playa donde veraneaba en su infancia. Dentro de la barca se encontraba la mujer. La barca estaba enganchada con una cadena al sofá de su salón.
Julia cerró la ventana. Fue a la cocina. Tiró la cuchilla al cubo de la basura. Un leve hilo de agua era el rastro que quedaba en el objeto cortante del crimen que Julia hiciera contra el tiempo. Tomó el abrigo, el bolso y cerró la puerta tras de sí. Tenía que recoger a sus hijos del colegio…
(Raquel Ramírez de Arellano)

Julia estaba sentada frente al espejo de su alcoba cuando pudo ver que alguien la observaba atentamente a través de los cristales de la ventana del jardín. Se giró, pero no vio a nadie. Se levantó inmediatamente y se dirigió hacia la ventana. Abrió los postigos chirriantes y, sacando medio cuerpo fuera del alféizar, miró a un lado y otro. Nada, ni un alma. Cerró los postigos, se volvió a sentar frente al espejo y continuó peinando sus lacios cabellos rubios. Allí estaba de nuevo aquel rostro, con aquellos ojos de mirada penetrante que habían hechizado a Julia. Se giró de nuevo hacia la ventana, pero allí no había nadie. Continuó peinándose y peinándose sin poder apartar la mirada de aquellos ojos .
Cuentan que aún se puede ver el esqueleto de Julia sentado frente al espejo y alisando sus cabellos.
  (Paulino Conejero)

“Julia estaba sentada frente al espejo de su  alcoba cuando…”
 “… notó que tenía la cabeza vacía. No recordaba nada, no imaginaba, no creía.
Su cabeza estaba ahí porque aparecía en el espejo pero lo de dentro había desaparecido.
Se levantó y recorrió paso a paso la casa: el salón, el dormitorio de Nicolás, el baño, la cocina,… Todas ellas, estancias vacías porque no reconocía ninguno de los objetos que allí estaban.
Cuando llegó a la sala de estar, se sentó en la butaca y en la mesa había algo pequeño y negro con un montón de botones. Uno de ellos sobresalía por encima de todos los demás. Era grande y rojo. Lo apretó y enseguida se iluminó un aparato cuadrado y enorme del que salían unas voces y unos gritos extraños que la horrorizaron al principio pero que, poco a poco, la fueron atrayendo más y más. No entendía lo que decían, ninguna de sus palabras le era cercana. Pero empezó a imitarles.
Según el atestado, esto ocurrió hará un mes (19 de junio, 18,30 horas) y, desde entonces, Julia continúa sentada en la misma butaca.”
(Juanma García Bezón)

Julia estaba sentada frente al espejo de su alcoba cuando Rodrigo llamó al timbre de su casa. Sabía que era él por la forma insistente de llamar. No cabía duda. Rápidamente se incorporó, cerró la puerta de su cuarto y se tapó los oídos. Permaneció quieta, en cuclillas, con la espalda apoyada en la pared. Si no hacia ruido, Rodrigo pensaría que no hay nadie en casa. No quería verle. Otra vez no. Ya no. Aún se le notaban las últimas cicatrices. Hacía solo dos días que había conseguido volverse a mirar al espejo. No. No le abriría la puerta. Esta vez no.
(Pilar Saiz Peña)

Julia estaba sentada frente al espejo de su alcoba cuando se dio cuenta que le habían salido arrugas en la frente, y tenía en su larga melena, su primera cana...Ahí es cuando fue consciente de la edad que tenía y cómo se le estaba pasando la vida por delante, sin darse cuenta. Comenzó a recapitular su vida desde su más tierna infancia: cómo su madre la peinaba, con qué ahínco cogía el peine y le tiraba para atrás para estirárselo y hacerle una "cola de caballo". Recordaba hasta los tirones de pelo con tal precisión que le dolía todavía hoy. Cómo la vestía y le ponía la muda nueva los jueves Santos, subidita en la silla baja del comedor.
Empezó a recordar todas las estancias de la casa...el patio de los abuelos, rebosante de manzanilla, rosales y árboles frutales por todas partes....los juegos en esa casa tan llena de escondites con todos sus primos, la caravana del abuelo, las cabañas construidas con las cajas de la tienda de sus padres. A la abuela sentada al sol con su moño, sus sayas y sus arrugas bien marcadas en la cara...
¿Me pareceré a ella? ¿Me parezco ya a ella? Alegre, siempre sonriente, pero con un fondo de tristeza, impenetrable, cariñosa y fría a la vez.
Julia despertó de sus recuerdos y lo que vio en el espejo, no era su rostro terso y su pelo sedoso y largo, sino que se vio a ella misma llena de arrugas, el pelo plagado de canas y descuidado.
Y una gran angustia y tristeza quedó así reflejada para siempre en ese espejo.
(Sierra Díaz del Campo)
Terminamos la mañana asistiendo a un ejemplo de estructura que representa Federico en la pizarra narrándonos una historia cuyos personajes son miembros de la baraja de cartas española y que podría narrarse en cualquier dirección: geometría literaria. 


El sábado 17 de diciembre despediremos el seminario con una ponencia de Esperanza Ortega, autora de la obra que hemos estado trabajando, El baúl volador y comenzaremos el nuevo año de la mano de Jesús Marchamalo y su obra Dónde se guardan los libros.

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