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La ceremonia (Homenaje a Fareheit 451 de Ray Bradbury)



Habíamos leído y trabajado la obra de Ray Bradbury Fahrenheit 451. Este texto narra la historia de un extrañísimo futuro en el que el protagonista, Montang, forma parte de una brigada de bomberos cuya labor es, en lugar de extinguir incendios, incendiar aquellos lugares en los que encuentran libros. Esto sucede porque en el país de Montang está terminantemente prohibido leer, así como la existencia de los libros. Los libros te hacen pensar, te hacen sentir y en este país nadie puede estar triste, nadie puede sentir agonía, ira, dolor, porque todos sus habitantes están obligados a ser felices.

Algunas compañeras fueron las encargadas de preparar la atmósfera. Una sala a oscuras iluminada únicamente por la tenue luz de algunas velas. Alfombras de varios tejidos por el suelo y una silla. Sentada en la silla una mujer tapada por un tul blanco que la cubre de pies a cabeza. Otra mujer recibe a los invitados e invitadas a la extraña ceremonia. En orden, los invitados van llamando a la puerta:
-¿Quién va?-responde inmediatamente la anfitriona-
- Los versos del capitán de Pablo Neruda.
-Pase, Los versos del capitán de Pablo Neruda.
Golpes en la puerta:
-¿Quién va?-voz de ultratumba-
- Viento del pueblo de Miguel Hernández
-Pase, Viento del pueblo de Miguel Hernández.

Y así se siguen: Método de lectura de José Antonio Labordeta, No te salves de Mario Benedetti, Disculpa de Poemas Arábigo-andaluces, Conjuros vegetales, de Antonio Rubio, Lo que duran los cuentos, del mismo autor, Poemas híbridos de Bernardo Atxaga, La luna de Jaime Sabines, Marinero en tierra de Rafael Alberti, El romancero gitano de Federico García Lorca, Poemas de animales de Gloria Fuertes, Carmina de Catulo, Poemas de Safo, El viaje definitivo de Juan Ramón Jiménez, La oveja negra y otras fábulas de Augusto Monterroso, Admiróse un Portugués  de Azorín, El sabio de Pedro Calderón de la Barca, Existe una felicidad libre de euforia, de J. A Iglesias, El libro del Buen Amor del Arcipreste de Hita, Al olmo seco de Antonio Machado, Romance del enamorado y la muerte, Anónimo…

Los asistentes nos sentábamos en un silencio sepulcral. Mirábamos interrogantes a la mujer tapada con el tul, que se nos antojaba una diosa, una musa, en todo caso un ser ajeno a nuestra existencia.
Una vez todos y todas dentro, una vez sentados, una vez hecho el más profundo de los silencios la mujer habló:

Como bien sabéis, los bomberos de ahora incendian. Dice mi tío que los de antes sofocaban fuegos.
Os convoco porque apremia tomar medidas. Han quemado una de nuestras mayores bibliotecas del país. Era nuestra Alejandría y a su moradora, nuestra Ipatia. Se inmoló  en el fuego y con sus libros por temor a que le hicieran hablar y dar así nuestros nombres. No sé si sabéis que la academia de bomberos está formando a miles de cadetes. Ya no les basta con voluntarios, que son muchos. El acecho es cada vez mayor. Y guardar libros se hace difícil y peligroso. 

Desde la resistencia sólo nos queda una fórmula, convertirnos en Hombres y Mujeres-libro. Hemos de memorizar los libros. Todos los libros que seamos capaces. Esta dictadura no durará para siempre, y cuando volvamos a ser hombres libres, necesitaremos las palabras de los que nos han precedido. Necesitamos a nuestros autores y sus libros. Sólo de esta manera podremos recuperar la memoria de nuestros poetas y pensadores.


Sed cautos, pero ampliar la red todo lo que podáis.
Y recordad que sólo desde el conocimiento seremos hombres y mujeres realmente LIBRES.

Se retiró el velo y una campanilla de la mano de la anfitriona tintineó levemente, la ceremonia se había iniciado. Uno de los asistentes se incorporó, ya no recuerdo el orden, no me dieron los dioses tanto prodigio, sentado en la silla que antes ocupara la mujer del velo, comenzó su discurso, La luna de Jaime Sabines:

La luna se puede tomar a cucharadas
o como una cápsula cada dos horas.
Es buena como hipnótico y sedante
y también alivia
a los que se han intoxicado de filosofía.
Un pedazo de luna en el bolsillo
es el mejor amuleto que la pata de conejo:
sirve para encontrar a quien se ama,
y para alejar a los médicos y las clínicas.
Se puede dar de postre a los niños
cuando no se han dormido,
y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos
ayudan a bien morir.
Pon una hoja tierna de la luna
debajo de tu almohada
y mirarás lo que quieras ver.
Lleva siempre un frasquito del aire de la luna
para cuando te ahogues,
y dale la llave de la luna
a los presos y a los desencantados.
Para los condenados a muerte
y para los condenados a vida
no hay mejor estimulante que la luna
en dosis precisas y controladas.

La luna de Jaime Sabines se queda en silencio y se acerca a encender una vela, cuyo débil fuego es el símbolo de su existencia, existencia albergada en la memoria de aquel hombre. Prendida la llama La luna de Jaime Sabines regresa a su asiento. La anfitriona recita con un gesto parco la palabra “ceremonia” y toda la habitación queda en silencio. La campana, con su tímpano sonoro vuelve a avisarnos y Tu risa de Pablo Neruda inicia su letanía:

Quítame el pan si quieres,
quítame el aire, pero
no me quites tu risa.
 
No me quites la rosa,
la lanza que desgranas,
el agua que de pronto
estalla en tu alegría,
la repentina ola
de planta que te nace.
 
Mi lucha es dura y vuelvo
con los ojos cansados
a veces de haber visto
la tierra que no cambia,
pero al entrar tu risa
sube al cielo buscándome
y abre para mí
todas las puertas de la vida.
 
Amor mío, en la hora
más oscura desgrana
tu risa, y si de pronto
ves que mi sangre mancha
las piedras de la calle,
ríe, porque tu risa
será para mis manos
como una espada fresca.
 
Junto al mar en otoño,
tu risa debe alzar
su cascada de espuma,
y en primavera, amor,
quiero tu risa como
la flor que yo esperaba,
la flor azul, la rosa
de mi patria sonora.
 
Ríete de la noche,
del día, de la luna,
ríete de las calles
torcidas de la isla,
ríete de este torpe
muchacho que te quiere,
pero cuando yo abro
los ojos y los cierro,
cuando mis pasos van,
cuando vuelven mis pasos,
niégame el pan, el aire,
la luz, la primavera,
pero tu risa nunca
porque me moriría.

Finalizado el cántico Tu risa del poeta chileno prende su llama y se sienta. La anfitriona vuelve a recitar el conjuro: “ceremonia” y hace titilar la campanita una y otra vez. A lo largo de una hora y media se suceden los versos de cada uno de los hombres y mujeres que han acudido al rito.  Cada uno de ellos ha dejado su rastro, su huella en la sala, la huella de su memoria. Para terminar, a petición de la anfitriona cantan juntos el Romance del quintado, Anónimo:

Ciento y un quintado llevan, todos van para la guerra.
Unos ríen y otros cantan; otros bailan y otros juegan.
Si no es aquel buen soldado, que tan largas son sus penas,
que el día que le casaron, sus bodas fueron sin fiestas.
Ya se acerca el capitán, le dice de esta manera:
- ¿Qué tiene mi buen soldado; qué tiene que no se alegra?
Que el día que me casé me llevaron a la guerra
y he dejado a mi mujer, ni casada ni soltera.
Coge mi caballo blanco y vete en busca de ella,
que con un soldado menos, también se acaba la guerra.


Silencio. Ya no avisa la campana. Fuera, en el mundo, los bomberos seguirán acechando a los hombres y a las mujeres, a los libros, a los cuentos, a los poemas. Fuera, la vida seguirá riéndose porque no existe la posibilidad de vivir de otra manera que no sea la de la obligatoria felicidad, los corazones seguirán palpitando, pero… los poetas guardarán en su memoria el terrible secreto de los libros.
En el mundo de fuera todavía siguen ardiendo las bibliotecas:


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