El movimiento postista surge, con la aparición en enero de 1945, del primer (y único) número de la revista Postismo que incluía, además de poemas y otros textos, un primer manifiesto definidor de esta corriente; a la que siguió, en abril del mismo año, La cerbatana, revista también de un único número.
Siguiendo con el autor de la entrada anterior, Juan Eduardo Cirlot en la voz «Postismo» de su Diccionario de los ismos, «la obra representa poco frente a la teoría crítico-manifestante»; Cirlot considera al Postismo como «arquetipo de tendencialismo» y «especulación de las especulaciones». La definición del Postismo en el Primer Manifiesto se enuncia así:
POSTISMO: Es el resultado de un movimiento profundo y semiconfuso de resortes del subconsciente tocados por nosotros en sincronía directa o indirecta (memoria), con elementos sensoriales del mundo exterior, por cuya función o ejercicio, exaltada automáticamente, pero siempre con alegría, queda captada para proporcionar la sensación de belleza o la belleza misma, contenida en normas técnicas rígidamente controladas y de índole tal que ninguna clase de prejuicios o miramientos cívicos, históricos o académicos puedan cohibir el impulso imaginativo.
Esta definición está conectada, aunque también marcando diferencias, con el espíritu del surrealismo. En otro techo del mismo manifiesto se especula con el estatuto de la palabra situada dentro de la expresividad de la frase: ..."el vocablo resulta ser fuerza motora y no tiene únicamente el valor que nos indican en su frialdad el Diccionario y la Gramática, sino aquel que le confiere la situación en la cláusula, por no hablar de aquel otro que nos brinda la palabra con sus raíces ocultas y su poder ascensional (verbigracia: si yo digo: los ojos brillan, me atengo sencillamente al Diccionario y a la Sintaxis; si digo: los ojos brillan como ascuas, hallo una similitud libre; si digo: los ojos lanzan centellas, recurro al lenguaje figurado; si digo: los ojos de cristales encendidos, cometo un lorquismo; si digo: ojos triángulos cortados, resulto pobremente ultraísta; si digo: ojos trenes directos ojo ojo ojo, a lo mejor soy dadaísta, y hasta ahora probablemente no he dicho nada; pero si digo: los ojos lloran, o los ojos de llanto, o sencillamente los ojos cargados de centauros, o mejor aún la mujer llora trompeta (o mejor, cosecha) vaca al diablo -lo cual vale: llora deshecha cara al diablo, ya he dicho algo".
Estas complejas armazones teóricas no casan con la primordial esencia de la expresión poética de Gloria Fuertes: su lenguaje coloquial, conversacional, cotidiano, extraído del habla, como apunta la crítica profusamente:
La poesía de Gloria Fuertes está marcada por su tono coloquial y su semejanza con el habla conversacional. (Andrew Debicki)
Lo primero que sorprende al lector que por primera vez se topa con los poemas de Gloria Fuertes es su tono acentuadamente coloquial, su lenguaje directo, natural, más hablado que literario, prosaico a veces. (José Luis Cano)
Tiene acento de juglar, prosaísmo voluntario de la palabra, desgarramiento y humor. Escribe como habla. (Luis Jiménez Martos)
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